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✍ Carta de despedida: A un Amor Difícil.

Poeta Betzabé Covarrubias | Carta de Despedida

México es cuna de grandes escritores y poetas ilustres que no dejan de lado ese don con el que expresan y transfieren sentimientos a través de sus fieles cómplices: las letras.

En esta ocasión contamos con la participación de la admirable escritora y poeta Betzabé Covarrubias, quién nos permite presentar una carta poética con la que estamos seguros te podrás identificar.

Un vistazo rápido a su trayectoria.

Betzabé es una amante de la creación literaria, se encuentra orgullosa de haber nacido en la Ciudad de México aquel mágico dos de julio. Desde muy joven, encontró su pasión por expresar sus sentimientos por medio de la escritura y otras habilidades.

Su talento la ha llevado muy lejos.

Es una narradora, ávida amante de la creación literaria. Escribir le permite ser, estar y decir desde todas las perspectivas posibles. Se transforma en todo lo que quiera ser sin dejar de ser ella misma.

“La palabra es el verbo que no calla cuando el silencio me desdice.” 

Zabé.

Betzabé Covarrubias
Sin más preámbulo, te dejamos con su fantástico escrito.

Despedida.

Para escribirte me he quedado sola, a solas conmigo, a solas contigo en mi memoria. Vacié soledad en una fuerza nula. Mojé el escándalo de las palabras, saudade que lenta, carcome esta constante disolución que me mata por pausas.

Me provoco arcadas irreverentes, declaradas silencios de tus silencios, de tus deserciones aumentadas en ausencias dentro y fuera de tu nombre, de tu indiferencia roída con terquedad desmesurada.

A veces hay que ser valientes para atreverse a ser lo que tanto nos prometemos, esa llegada de uno mismo a nuestra verdadera intención humana, ése hábito de ser nosotros con nosotros y de esa manera poder ser en el otro. Muchas veces me descubrí así en ti, y cuando menos me di cuenta, fuimos ya un nosotros: otredad.

Llevo a mis costados brebajes, a veces de miedo, a veces de tristeza. No es sencillo defenderme en contra de la arritmia desordenada de mi misma, en contra del reflejo estallado de un amor innegable, en contra de ese puente que ahora se quedó en desbalance.

En mi hábito de agua y tierra sucumbo la memoria de nuestro primer espejo, la sombra hidrópica de tus decisiones -alinéales, atemporales como un remolino levantándose de pronto en medio de la calma.

La luz del sol renace en el oriente, como ave fénix de entre las cenizas, así tú cada vez que te comprometías a alterar el curso de las cosas, a fingir que en un escape de alcohol impulsabas la saciedad de la sed, una vida que podría parecer sencilla, correcta.

Nadie nos enseña a vivir porque nosotros somos la vida, somos ese pequeño fragmento del universo que oscila sueños y que con voluntad hacemos que sucedan. Nosotros hemos sucedido de tantas maneras: como un caleidoscopio en medio de una oscuridad incalculable.

Quizá te faltó un poco más de valentía, quizá más fe o quizá, tal vez, un poco más de voluntad, un poco más de amor.

Siempre me adapté a tus necesidades, a tus condiciones aunque no estuviese de acuerdo, aunque esto resultara siempre morderme el corazón.

Sí, amor; ése que has repartido infinitamente en el corazón de varias.

La libertad siempre estará en la honestidad. Fui libre a tu lado, contigo, junto a ti.

“¿Qué son los ‘adioses’ si no saludos disfrazados de tristeza?” ¿Qué son los ‘holas’ si no despedidas disfrazadas de momentos que duran lo que un suspiro? Lo mismo que el furor y el placer de verte desierto, vestido sólo con tu piel y la mía. Lo mismo que sucedía mientras despojabas tu ropa y continuabas para usurpar la mía en un ambiente inexorable de urgencia, así, poco a poco como cuando se desnudan los miedos, poco a poco como quién se envuelve en la penumbra con sábanas que respiran esperanza, ahí, justo en ese laberinto de nuestra piel, nuestros cuerpos se disolvían entre espíritus amatistas, y engarzados, dedicaban su sudor al bello templo que fue nuestra carne.

Nunca fuiste mío en su totalidad, te compartí tantas veces. Nunca pudiste amarme demasiado, y a veces pienso que ese “nunca” fue una trampa oxigenada con cierta penumbra. Nunca me admiraste lo suficiente como el niño curioso que toma una lupa y se pone a observar meticulosamente cómo se engrandece la vida mientras estás a punto de tocar las utopías. Así, curioso con brío inagotable, lleno de entrega y amor.

¿Qué serán de nuestras noches lluviosas, de nuestras tardes soleadas en el vértice de nuestro colchón? ¿Qué será del repaso de nuestros pasos por la calle, por el teatro, por el cine, por las luchas o por los conciertos? ¿Qué será de la memoria de los dudas, de las inquietudes y de tus amantes y de tus pretextos para no verme, o verme siempre sin dudarlo, en los ojos de otras?

No creo que no hayamos sido tan felices a pesar de nuestras historias ya calcadas en otras historias, a pesar de cada circunstancia sucedida en la circunstancia de otros personajes ajenos a la nuestra; con aquello que se desbordaba en los espejos, en el vapor de la regadera, en el jabón espuma que limpiaba nuestras formas, en el agua que nos mojaba el rostro, en las caricias que sin dudas, emitían las ansias de nuestra esencia, en el ruido de los carros, en el resplandor de tu sonrisa por la madrugada, y los jugueteos que nos aullaban de erotismo; con la estampida de tu atisbo inquieto, de tus ojos negros y grandes en los míos; como ese tornado oscuro en donde me encontraba cuando solías mirarme, cuando por decreto tácito, me acariciaba suave en tus pupilas. Ahí leí muchas veces las verdades, ahí descubrí otras tantas que no lo fueron.

Siempre me gustó tu piel, tu cuerpo, tu intachable virilidad: febril, excitante, deliciosa; donde me vaciaba completa para que estuvieras dentro de mí, y yo mágicamente, te sintiera como parte inconfundible de mi alma, y para que tú, decidido, renacieras con la confirmación de que siempre fui tuya. Y al desprendernos ambos, simultáneamente de nuestro templo; inocente como pequeño inocente (que a pesar de ser hombre), en un afán de no ser descubierto, de no ser castigado ni juzgado, mentía mal, la verdad; cansado, cerrabas los sueños para reponerlos en la continuidad de los minutos y repetir nuestro ritual inmaculado, amoroso.

¿Qué será de nuestra verdad, de nuestros fuertes silencios, que sin darnos cuenta eran cáusticamente ambiciosos?

Ambos fuimos una sustracción conjugada de un verbo esparcido en la mirada de todos. Y hoy… hoy somos minúsculas partículas que como quimeras se degradan al paso de las horas.

La evocación puede ser desalmada cuando partes inquieto a tu próximo territorio, a otros brazos, a otros besos, a otros cuerpos, a otras miradas que te albergan interesadas, excitadas y hambrientas. Así como algún día llegaste en todos mis sentidos, igual de sedienta, ansiosa y húmeda… y urgente. El recuerdo de tus cigarros en la madrugada, el humo y las gotas de cerveza que tirabas en la humedad de la cama, entre tus labios entreabiertos y mi apetito de hiparte. Siempre te deseé con la desesperación y el empeño de lo insostenible.

Te has ido tantas veces… de tantas maneras.

Quizá, en un anhelo sagaz y fantástico, leerás esta carta repetidas veces en medio de tu cama, en medio de la gente en el metro, en medio de la Ciudad de Hierro, en medio de un vaso de vidrio donde el alcohol será testigo de la insondable canción que nos llama; en medio del asfalto que describes en tus historias, con la gente pasando en medio de la calle, de los pasillos, de los barrios, de las dichas sometidas algunas veces en el gris de lo cotidiano, de la sorpresa en tus ojos y la gran dama, que alguna vez fui yo, con el fuego en la mano derecha, ahí, cerquita, muy cerquita de ti.

Te extraño, te extrañé desde hace tiempo, aún estando contigo.

Extraño cuando huyes de madrugada por el cansancio en un ronquido, y te extraño cuando camino y me tomo un café en la calle, y fumo el mismo vicio que el tuyo en unas horas que se dedican también a ser humo. Extraño cuando sonreías 
(aunque lo hacías poco), cuando te acercabas cariñoso para decir: “eres la única persona en mi corazón”, “doy la vida por ti”, “me muero si no estás”, pero te has muerto tantas veces de manera voluntaria, y me he ido otras tantas también involuntariamente, que quizá para ti se desdice fácilmente nuestra historia.

Extraño, por ejemplo, cuando paso por los grandes mercados donde la gente se sienta a comer una orden corrida.

Te extraño casi a todas horas: cuando escribo, cuando te pienso, cuando escucho las campanas que me anuncian que ya son las 10:00 pm y por algún azar del destino te acordarás de llamarme, o las 5:00 am para despertarte de algún sueño y no se te haga tarde para ir a trabajar, cuando me acuerdo de las horas interminables entre nubes de tabaco y burbujas de cebada; te extraño cuando pedías que te esperara, y como niña, lo hacía ansiosa aunque jamás llegaras; me agitaba la ilusión de tenerte conmigo y por eso aguardaba impaciente.

Extraño tus propuestas para vernos y ese día, aunque no llegara tampoco, me sostenía de esperanza. Te extraño cuando mi corazón llama al tuyo y él, sólo por el hecho de estar, abraza al mío como si nunca me hubiese soltado. Te extraño cuando recuerdo que ambos hemos compartido más que distintos oficios gustativos, cuando me despedía de ti cada día a la misma hora, cuando bebo tu recuerdo en aquel lugar donde un aire tibio y sorpresivo nos despeinaba tomados de la mano. Te extraño cuando te escucho en la música, en esa que hicimos parte de ti y de mí y que cantaban nuestro verbo, la conjugación de ti y de mí en notas altas, con bemoles que podrían sonar a nostalgia algunas veces.

Extraño la posibilidad de lo posible, la ilusión de sentir que alguna vez fui importante para ti, y que en algún momento del día, tu memoria sobria en algún lugar de la tuya, piensa en mí. Extraño esa casa que nunca tuvimos; mi hogar lo encontré en tus brazos y en los abrazos que jamás diste. Extraño a nuestro hijo imaginado, ese de carne y hueso al que juntos dimos vida tan sólo de imaginarlo. Extraño los amaneceres, y un poco la añoranza que nos causaba el segundo día cuando cada quién tomaba su camino. Extraño tu beso en el mío, y todos los besos por todas las geografías de tu cuerpo. Extraño el éxtasis de encontrarnos al mismo tiempo en otra dimensión: húmeda como las camas posadas en otros cuerpos. Extraño nuestros silencios compartidos y esa distancia que a pesar que no nos miraba, nos encontraba cerca con sólo pensarnos.Extrañaré extrañarte, y quizá, extrañaré sentir que alguna vez te amé como a nadie.

Adiós, ojos. Ya nos encontraremos en otras vidas y en otras vidas podré conservarte y quedarme contigo para siempre. Ya te veré en medio del emporio, entre muros que sean tus frases, entre libros que cuenten tus historias, entre cerveza, humo y rock and roll. 
 

Yo de ti.

Zabé Covarrubias.

Glosario.

Saudade: Nostalgia, añoranza.

Arcadas: Acción del estómago y el esófago para provocar el vómito.

Otredad: Se trata del reconocimiento del otro como un individuo diferente, que no forma parte de la comunidad propia.

Hidrópica: Acumulación anormal de líquido.

Oscila: Moverse alternativamente un cuerpo a un lado y otro de su posición de equilibrio determinada por un punto fijo o un eje.

Inexorable: Que no se deja convencer o ablandar por ruegos o súplicas. Que no se puede evitar, eludir o detener.

Atisbo: Principio de algo que puede ser interpretado como una señal de ello.

Tácito: Que no se expresa o no se dice pero se supone o se sobreentiende.

Inmaculado: Que está completamente limpio o no tiene ninguna mancha.

Cáusticamente: Mordaz, agresivo.

Quimeras: Se trata de un monstruo que, de acuerdo a la fábula, expulsaba llamas por su boca, su cabeza era la de un león, torso de cabra y cola de dragón.

Hiparte: Llorar con sollozos semejantes al hipo.

Sagaz: Que tiene facilidad para comprender las cosas y de percibir con claridad lo que conllevan.

Insondable: Que es tan profundo, que no se puede alcanzar su fondo. Que no puede ser conocido o comprendido por ser misterioso, difícil o impenetrable.

Bemoles: Valor o atrevimiento para hacer algo.
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